Carta a uno mismo
- Julián Fernández Ortiz
- 16 abr 2018
- 1 Min. de lectura
¿Sabes qué? Tal vez, lo más gracioso de que tú y yo estemos, sea que no es normal. Puede ser, que verte en el reflejo detrás de mí al despertarme, sea lo que más añoro. Incluso cabe la posibilidad de que no verte en el olvido de mis recuerdos, se convierta en el ánimo de la desgana de mi alma. Solo sé, que la duda cabe en el hueco que dejas entre tu consciente y mi razón semitransparente. Para. Pausa. Acierta. Falla. Pero sobre todo, dispara. Paralelas son las líneas curvas de tus piernas que pisan mi suelo. Suelo decir que encajar los golpes suaves es lo más difícil de luchar contra el miedo. Miedo a que toda tu verdad sea la mentira del subconsciente que olvida mi memoria. Me moría por besarte desde el día que desafiaste al tiempo, pero fue el que me sobró para hacer nubes en el viento. Por terminar esta misiva, te dedicaré el silencio a voces que tanto yo escuché. Sí. No lo voy a dudar, y tampoco lo quiero negar, olvidé en pensarte, pero luego recordé que lo hice en parte. Por ese motivo no estoy seguro de estar escribiéndote. Puede que todo esto sea la prueba de una teoría improbable basada en cálculos variables. En fin, dejémoslo en manos de la física moderna, mientras haces hipótesis en tu cabeza. Te echo de menos, a pesar de verte en mis reflejos. JotaDoce
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